Era una mañana tranquila, los pajarillos piaban y una cálida brisa mecía las banderas del edificio. Los jóvenes eruditos despertaban tras un reconfortante descanso, preparados para lo que iba ocurrir en pocas horas.
Al terminar el desayuno, se dividieron en cinco grupos y a cada uno se le asignó un experimento de ciencia que tendrían que explicar ante sus compañeros una hora más tarde. Era el preludio de la prueba que tendría lugar días más tarde, cuando tuvieran que exponer su trabajo frente a las altas cúpulas de las escuelas de ciencia de la ciudad.
Era un reto, ellos lo sabían, pero estaban convencidos de que iban a salir victoriosos de él… y así fue.
Grupo por grupo fueron explicando en el improvisado escenario sus experimentos y la ciencia que se oculta tras ellos y los sustenta. Electricidad electrostática, ¿se puede mover una lata sin tocarla? Tensión superficial, ¿puede flotar un trozo de metal en el agua aunque sea más denso que ésta? Los orígenes del cine ¿cuántas imágenes por segundo puede distinguir nuestro cerebro?, ¿podríamos engañarlo? Empuje y principio de Arquímedes ¿por qué las cosas flotan?, ¿cambios de presiones pueden dar lugar a cambios de densidades? Centro gravedad ¿por qué no se cae la torre Pisa?, ¿puede mantenerse una lata en equilibrio si está inclinada?
En una hora todos los experimentos habían sido explicados de forma clara y sencilla. Los participantes lo hicieron muy bien, poniendo de manifiesto que hablar en público no es su asignatura pendiente, aun así, esto fue muy útil para pulir fallos y mejorar algunas cosas a la hora de transmitir conocimientos complejos.
Una vez acabadas las exposiciones, tiempo para el estudio antes de la comida, y también después.
Fue un día de trabajo en los proyectos de cada grupo. Investigaron, hablaron y avanzaron en la presentación que tendrán que hacer el viernes.
Pero también hubo tiempo para el descanso y la diversión. Futbolín, billar, ping-pong y sobre todo piscina fueron los grandes protagonistas hasta casi la hora de cenar.
Después de la cena repartimos las cartas (cada día hay más, ¿superarán la media mesa de ping-pong que se consiguió llenar solo en el último día de la primera quincena?) y nos fuimos a jugar al patio.
Hicimos dos juegos, a cada cual más divertido. Un pañuelito poco convencional y otro en el que cada jugador pudo comprobar su resistencia a dar vueltas sin marearse y cumplir un objetivo. Como siempre, las risas y la diversión hicieron acto de presencia durante toda la noche.