"¿Quién quiere biodramina?" Esta es la primera frase que hemos escuchado esta semana (o al menos, la primera en la que hemos estado lo suficientemente despiertos como para poder entender).
Lo explicaremos: después de que a más de uno se le pegaran las sábanas, hemos experimentado en carne propia cómo desayuna un pavo. Inmediatamente después, tras ser empujados hacia la guagua, fuimos encaminados hacia Puerto Rico —sur de la isla— todavía con el vaso de leche en mano, mientras los monitores repartían pastillitas amarillas: biodramina; advirtiéndonos de los efectos de hacernos los chulos. «Si te mareas, dilo», decían.
Lo explicaremos: después de que a más de uno se le pegaran las sábanas, hemos experimentado en carne propia cómo desayuna un pavo. Inmediatamente después, tras ser empujados hacia la guagua, fuimos encaminados hacia Puerto Rico —sur de la isla— todavía con el vaso de leche en mano, mientras los monitores repartían pastillitas amarillas: biodramina; advirtiéndonos de los efectos de hacernos los chulos. «Si te mareas, dilo», decían.
Pretendíamos ver mamíferos marinos. Al menos, ésta era la intención inicial: una hora más tarde los cetáceos seguían brillando por su ausencia mientras los chulos ya padecían los efectos del oleaje, mareados y deseando llegar a tierra firme. Pero quedaban todavía un par más de horas de viaje, en las que los asignados al proyecto del aula oceanográfica (y por extensión el resto de participantes) pudieron ver cómo se tomaban muestras de plancton y, más tarde, observar a pescadores en acción. Para culminar la travesía, y ayudar a muchos a deshacerse del mareo, nos ofrecieron la oportunidad de darnos una zambullida antes de llegar a puerto. Y así, refrescados y hambrientos, llegamos a la playa de Puerto Rico.
Tras tomar tierra; llegaron arena, sal, comida, helados, cangrejos y erizos de mar, en una recogida amateur de marisco. Las tres cuartas partes de nuestro grupo expedicionario sufría los efectos del Sol, que intentaban combatir —sin mucho éxito, ya que el Astro Rey no mostraba clemencia alguna— con crema solar y otras protecciones.
Tras tomar tierra; llegaron arena, sal, comida, helados, cangrejos y erizos de mar, en una recogida amateur de marisco. Las tres cuartas partes de nuestro grupo expedicionario sufría los efectos del Sol, que intentaban combatir —sin mucho éxito, ya que el Astro Rey no mostraba clemencia alguna— con crema solar y otras protecciones.
Una vez de nuevo en la residencia, asistimos llenos de arena y algo cansados a una interesante conferencia impartida por el profesor Javier Arístegui, que nos contaba de primera mano cómo había participado en el grupo oceanográfico encargado del estudio de la reciente erupción volcánica submarina del Hierro, y su repercusión sobre el medio marino.
Tras la ducha, todavía hambrientos pero revitalizados, nos esperaba todavía un episodio fuera de programa. Una compañera se había quedado encerrada en su habitación, ya que el pestillo se había quedado atrancado. Por suerte, gracias a la rápida actuación de J.J. —el monitor— se solucionó presto el incidente. Y así, tras cena, blog y cartas, terminamos en la cama un día más en los campus científicos de verano.