Después de una noche de preparativos, retocando los últimos detalles y perfeccionando lo que ya estaba perfecto, llegó el día de las presentaciones.
Había nervios, sí, pero también la confianza que da el conocimiento, el saber que se saben las cosas y que simplemente había que demostrarlo.
Cuando llegamos a la Sala de Grados de Matemáticas, el decano presentó a los miembros de la mesa y dio inicio a las presentaciones.
Grupo por grupo fueron subiendo a la tarima con confianza para demostrar lo aprendido, y grupo por grupo se llevó una sincera felicitación por parte de todos los miembros de la mesa y demás profesores. Las presentaciones fueron perfectas, los participantes expusieron con claridad y precisión complicados conceptos de nivel universitario. Nadie que los hubiera visto habría dicho que tenían diecisiete años. Los profesores, atónitos por la claridad del conocimiento adquirido por los participantes, se olvidaron quizá de que eran alumnos de bachillerato y comenzaron a hacerles preguntas para saciar su curiosidad. Quizá estos chavales podrían darle respuesta a algunas dudas que les habían surgido sobre la marcha o que traían de antes. Y así fue, las exposiciones fueron extraordinarias, sí, pero los participantes fueron más allá respondiendo con seguridad y definición las preguntas de los profesores. Sobre la tarima y resolviendo las dudas de gente importante, parecían auténticos expertos en la materia.
Las felicitaciones llovieron a cántaros. Algunos profesores estaban realmente emocionados con las exposiciones de sus alumnos y así nos lo hicieron saber a los monitores. No era para menos, fue un auténtico despliegue de conocimiento del que muchos profesores podrían aprender.
Una vez acabadas las presentaciones, se acabó el trabajo y llegó la hora del descanso y la diversión.
Volvimos al colegio mayor y tuvimos tiempo libre para jugar al billar, el futbolín, el ping-pong, escribir cartitas y cómo no, descansar.
En ese tiempo libre, los monitores aprovechamos para comprar algunas cosas para la fiesta de la última noche y para la esperada HOT HOT TAMALE, la gala de premios en la que, vestidos de mexicanos, entregaríamos reconocimientos a las hazañas más sonadas del campus.
Mientras los monitores ultimábamos los premios, los participantes decoraron la sala y elaboraron ponchos, gorros y maracas.
Tendría que ser una noche única... y lo fue. Todo estaba preparado, así que por fin, comenzó la gala.
A las mejores gafas, al acento más raro, al más gracioso, al que más se quedaba dormido, a la sonrisa más bonita, a los que siempre iban juntos... y el más importante de todos, el que se llevaría el premio gordo, quien lo ganara, se llevaría a su casa nada más y nada menos que a la Vaca Paca: el que hizo el mejor regalo del amigo invisible.
Las risas de todos invadieron la sala. Será difícil olvidar la gala, especialmente para los que tuvieron que morder un chili como premio.
Cuando acabó la HOT HOT TAMALE se repartieron las cartas.
Ya en el último día de la primera quincena hubo decenas de cartas, pues en el de la segunda hubo veintenas. Volcamos el buzón en la mesa de ping-pong y todos alucinamos. Una inmensa montaña de cartitas ocupaba la mitad de la mesa. No me cabe duda de que si las hubiéramos separado sin que hubiese una encima de otra habrían ocupado la mesa entera.
Con tal cantidad de cartas el reparto fue largo, tuvimos que pedir ayuda a algunos participantes para poder acabar antes del amanecer. A esto se le unieron las cartas públicas, que leímos en voz alta para que todo el mundo las escuchara. Posiblemente las primeras lágrimas de la noche empezaran a correr en ese momento. Muchas cartas, un sentimiento común... ¿por qué se tiene que acabar esto?
Una vez estuvieron todas las cartas repartidas y leídas, comenzó la fiesta.