lunes, 24 de julio de 2017

Palabras de Esther Arco, participante del Campus Ad Futurum del T3



Las primeras palabras siempre son las más complicadas. Tal vez sea yo la que nunca encuentre que decir, dado que no soporto las despedidas. Aún recuerdo el momento en el que llegué aquí: nerviosa, algo temblorosa, desconociendo que iba a vivir los mejores cinco días de mi vida. Cuando entré en la habitación por primera vez descubrí a mi compañera de cuarto. Para nada mi cabeza logró hacerse una idea de lo que iba a vivir con ella. Pero qué le vamos a hacer si alargamos las noches hablando, riendo y disfrutando de cada minuto como si fuese el último. Mis científicos, gracias, de verdad, mil y una veces gracias. Por las risas, las tonterías, las sonrisas, los besos, los abrazos. Hacía mucho tiempo que no me encariñaba con alguien tan rápido. Sois geniales, divertidos, locos, atentos, increíbles. Pero esa no ha sido lo mejor de todo. Me habéis contagiado vuestras ganas de vivir, de soñar, de luchar.





Apuntarme aquí comenzó como un sueño, una forma diferente de utilizar una semana de mis vacaciones hasta que aparecisteis. No sé qué pensáis vosotros, pero en cada una de vuestras miradas, de vuestros gestos de cariño me he visto reflejada. Tal vez no seamos como los demás, tal vez nos llamen frikis o bichos raros. Olvidémoslo porque todos y cada uno de vosotros me habéis demostrado que solos tal vez no seamos tan sumamente divertidos, asombrosos… pero juntos sois el mejor grupo que he conocido nunca. Del norte al sur, del este al oeste, en diagonal y en paralelo. No sé si nuestros caminos se volverán a cruzar, puede que sí o puede que no.





 Tranquilos, que aún no he terminado. No me puedo olvidar de ellos: los tres mosqueteros esos, que, a pesar de llevar dos semanas aquí, han aguantado nuestros gritos, nuestras impuntualidades. Aquí siguen, y seguirán para otros 30 afortunados más. Ellos: Luengo, Álvaro y Aida. Podría estar hablando de vosotros otras tres o cuatro caras, pero me gustaría decirles gracias, gracias por contagiarnos entusiasmo, gracias por las anécdotas, por los chistes malos, gracias por ser uno más de nosotros, por ser nuestros hermanos mayores.

Y bueno, ya es mañana y no quiero irme, las palabras sobran, pero no está de más recordaros que sois lo mejor. Por favor, no cambiéis nunca. Llegué aquí un 16 de julio con la maleta llena de ropa. Hoy sé que me marcho con la maleta llena de recuerdos, de momentos únicos, de amigos que se han convertido en hermanos. Os llevo en el corazón, gracias por regalar esta experiencia inigualable e irrepetible. Siempre me acordaré de vosotros. Ojalá nos encontremos dentro de unos años, ojalá nos dediquemos a aquello que amamos. Siempre seréis mis chicuelos, siempre. Os quiero.


Esto no es un adiós, es un ¡hasta pronto científicos!