Las primeras palabras siempre son las más complicadas. Tal
vez sea yo la que nunca encuentre que decir, dado que no soporto las
despedidas. Aún recuerdo el momento en el que llegué aquí: nerviosa, algo
temblorosa, desconociendo que iba a vivir los mejores cinco días de mi vida.
Cuando entré en la habitación por primera vez descubrí a mi compañera de
cuarto. Para nada mi cabeza logró hacerse una idea de lo que iba a vivir con
ella. Pero qué le vamos a hacer si alargamos las noches hablando, riendo y
disfrutando de cada minuto como si fuese el último. Mis científicos, gracias,
de verdad, mil y una veces gracias. Por las risas, las tonterías, las sonrisas,
los besos, los abrazos. Hacía mucho tiempo que no me encariñaba con alguien tan
rápido. Sois geniales, divertidos, locos, atentos, increíbles. Pero esa no ha
sido lo mejor de todo. Me habéis contagiado vuestras ganas de vivir, de soñar,
de luchar.
Apuntarme aquí comenzó como un sueño, una forma diferente de
utilizar una semana de mis vacaciones hasta que aparecisteis. No sé qué pensáis
vosotros, pero en cada una de vuestras miradas, de vuestros gestos de cariño me
he visto reflejada. Tal vez no seamos como los demás, tal vez nos llamen frikis
o bichos raros. Olvidémoslo porque todos y cada uno de vosotros me habéis
demostrado que solos tal vez no seamos tan sumamente divertidos, asombrosos…
pero juntos sois el mejor grupo que he conocido nunca. Del norte al sur, del
este al oeste, en diagonal y en paralelo. No sé si nuestros caminos se volverán
a cruzar, puede que sí o puede que no.
Tranquilos, que aún no he terminado. No me puedo olvidar de
ellos: los tres mosqueteros esos, que, a pesar de llevar dos semanas aquí, han
aguantado nuestros gritos, nuestras impuntualidades. Aquí siguen, y seguirán
para otros 30 afortunados más. Ellos: Luengo, Álvaro y Aida. Podría estar
hablando de vosotros otras tres o cuatro caras, pero me gustaría decirles
gracias, gracias por contagiarnos entusiasmo, gracias por las anécdotas, por
los chistes malos, gracias por ser uno más de nosotros, por ser nuestros
hermanos mayores.
Y bueno, ya es mañana y no quiero irme, las palabras sobran,
pero no está de más recordaros que sois lo mejor. Por favor, no cambiéis nunca.
Llegué aquí un 16 de julio con la maleta llena de ropa. Hoy sé que me marcho
con la maleta llena de recuerdos, de momentos únicos, de amigos que se han
convertido en hermanos. Os llevo en el corazón, gracias por regalar esta
experiencia inigualable e irrepetible. Siempre me acordaré de vosotros. Ojalá
nos encontremos dentro de unos años, ojalá nos dediquemos a aquello que amamos.
Siempre seréis mis chicuelos, siempre. Os quiero.
Esto no es un adiós, es un ¡hasta pronto científicos!