“Hace un año me presenté a los Campus
Científicos, justo al averiguar que existían, y no sé si fue cosa del destino
pero no me cogieron.
Me esforcé como nunca en 4º porque veía una
oportunidad única en esta experiencia y realmente quería vivirla. Y lo logré,
logré la nota media de diez que me aseguraría al menos la plaza en el Campus.
Me sentí llena, completa, feliz.
Pasaron los meses y llegó el momento de
presentarse, y lo hice con toda la ilusión del mundo. Un tiempo después llegó
la Resolución Provisional, sabía que había un 99% de probabilidad de que
estuviese ahí por la nota; cuál fue mi sorpresa entonces al fijarme de que, aparte
de mí, también estaba una amiga mía que vive en Tenerife al igual que yo y que
no sabía que se había presentado. Lo mejor vino después cuando hablamos y nos
dimos cuenta de que ambas habíamos puesto en el primer puesto de preferencia el
mismo Campus y el mismo proyecto; sólo cruzábamos los dedos para que nos tocase
juntas.
Y simplemente sucedió, salió la Resolución
Definitiva. Mismo Campus. Mismo proyecto. Mismo turno. Salté, grité, me alegré
porque me había tocado el que creo que es el mejor proyecto y con una buena
amiga para esta aventura que llegaría un mes después.
Comienzan los preparativos, los billetes, el
equipaje... Y cuando te das cuenta estás en un avión camino a Málaga para luego
ir en guagua (o autobús, según de dónde seas) hasta Granada.
Unas cuatro horas en total de viaje hasta
llegar al albergue donde empiezo a conocer a las otras veintiocho personas (sin
contar a mi amiga) con los que conviviría durante una semana.
Lo primero que pensé fue simple: a ver cómo
me aprendo yo los nombres de todos estos. Y no fue fácil, aún ahora me lío un
poco. El caso es que desde el principio hubo ese "feeling" que cuando
lo notas piensas algo como "aquí es donde tengo que estar".
Nos empezamos a conocer poco a poco. Nombre,
ciudad, edad... Temas sin importancia.
Con el tiempo me di cuenta de que éramos
casi como una metáfora con el gato de Schrödinger, tan distintos, pero tan
iguales al mismo tiempo. Todos con una pasión abrumadora por la ciencia, por el
futuro, y con unas ganas de aprender que nos supera a nosotros mismos y que nos
empuja a hacer cosas como estas. Ganas de crecer como personas y de cambiar el
mundo a mejor. Porque al fin y al cabo está en nuestras manos, somos el futuro,
y con lo que he podido comprobar... Menudo futuro, de aquí va a salir gente muy
grande en su profesión.
Hemos estado separados por proyectos durante
las clases, sin embargo eso no nos ha impedido hablar todos con todos en las
actividades de ocio. Hemos compartido, nos hemos reído hasta que nos faltaba el
aire, hemos cantado a pleno pulmón, nos hemos convertido en los mejores
fotógrafos, nos hemos hartado a comer papas fritas; hemos llegado a ser como
una familia de pequeños colibríes y hasta los más duros hemos llorado en la
despedida al darnos cuenta de que se acababa. Tanto es así que estoy volviendo
a casa en el avión, escribiendo esto, y sigo sin poder parar de llorar, ni
siquiera he encontrado aún las fuerzas suficientes para quitarme el
identificador, y es que no había salido todavía del albergue y ya les echaba de
menos.
Nunca he sido de esas personas que le cogen
cariño a otros enseguida y pueden poseer un gran amor que darles al poco
tiempo, siempre me ha costado; pero pasar prácticamente las veinticuatro horas
del día con estos pequeños colibríes me ha hecho tener que dejarles un pequeño
gran trozo de mi corazón, se me hizo imposible no hacerlo. Son una familia más
para mí.
El hecho de que me nombren como
"canaria", "tinerfeña" o simplemente cantando
"Carolina trátame bien" se ha vuelto algo natural, así como enseñar y
aprender nuevos vocablos.
Mi proyecto... Me he divertido tanto...
Además, he descubierto la pasión de los profesores al pasarnos esos
conocimientos que tanto buscamos y anhelamos. Por primera vez en mucho tiempo
me he sentido comprendida y he llegado a la conclusión de cuál es mi vocación y
de que voy por el camino correcto con una dirección y sentido aptos.
Gracias a este Campus ahora creo más en mí
misma y en lo que puedo lograr si quiero. Creo más en el cariño que puede
brindar la gente, en la comprensión y la solidaridad. Creo más en el futuro,
creo más en la ciencia y creo más en las personas. Gracias a este Campus creo
que en el fondo el mundo no está tan perdido.
El viaje, las papas fritas diarias, las
caminatas, las prisas, las pequeñas riñas por parte de las monitoras, la
aventura en Sierra Nevada. Todo eso se queda corto, porque ha merecido la pena
y más; y la ha merecido por Vicky, Marta y Marian (las monitoras); la ha
merecido por las bromas, las risas sin razón alguna, el cariño, todo lo que hemos
aprendido en tan poco tiempo, por las canciones y los ritmos, las
conversaciones filosóficas, y el crecimiento personal.
Me han dado la vida, tenía partes de mí
muertas que no sabía que estaban hasta que pasé por esta experiencia. Han
encendido una parte de mí que estaba perdida. Siento que tenía que hacer esto
para llegar a un estado de calma conmigo misma, y lo he logrado.
No sé si existirá el destino pero, si es
así, soy muy feliz de que éste fuese el mío. Nunca me arrepentiré de no haber
desistido tras la primera negativa, y haber acabado en Granada. Guardaré los
recuerdos de este viaje como oro en paño en mi memoria y esperaré con ansias la
próxima vez que tenga la oportunidad de ver a alguno de mis compañeros.
¿Si recomendaría el Campus? Absolutamente
sí, con todas las letras de la palabra. Es una experiencia única e irrepetible,
una semana intensa que hay que aprovechar a tope y sacarle el máximo partido
posible.